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Foto del escritorPablo de CESI

Columna de opinión, por Daniel Seguel: La educación afectiva demanda de espacios reflexivos


Hace años, las y los estudiantes de nuestro país ya estaban despiertos. Y quienes ejercen docencia lo sabían y ya venían en un diálogo distinto ( a veces fructífero y otra veces no tanto): Educación sexual , no sexista y de calidad, era una entre tantas consignas que los carteles mostraban desde casi una década atrás. Y si, había que escuchar porque no era solamente un “eslogan” o una “tincada”, sino una real necesidad.

Pero no solo estaba en juego el fondo sino también la forma: ¿Qué tipo de educación buscamos? ¿Qué educación queremos? ¿ Cual estrategia podría ser realmente útil?

Producto de nuestro trabajo en la fundación, hemos visitado distintas realidades en múltiples contextos del país, siempre de la mano de un proyecto de educación sexual, afectiva y de género, y de esta experiencia podemos compartir un concepto que , hoy más que nunca se hace urgente y crítico: Capacidad Reflexiva.

Estudiantes, docentes y profesionales que lideran los proyectos de convivencia escolar de todo el país nos hacen partícipes de un desafío: Para que el aprendizaje sea posible, debemos abandonar la rigidez de la autoridad y ponernos al servicio de la reflexión y la colaboración, participando activamente en un rol de guía, con la capacidad de motivar pero también de proteger y contener. Así, el proceso enseñanza- aprendizaje en temas tan importantes como la educación afectiva-sexual pasa a tener un fin que no se limita a la entrega de datos, teorías o recetas de éxito, sino a una genuina conversación y debate sobre los temas que nos ocupan como seres humanos, diversos y singulares, que conviven, comparten y se transforman, necesitando para esto el establecimiento de espacios de seguridad que promuevan la elaboración de experiencias genuinamente orientadas al crecimiento integral. Y es por ello, y por la honestidad que sustenta este trabajo, que debo decir que no hay posibilidad de insistir con modelos de educación basados en el nefasto y patriarcal sistema del “premio-castigo”, en el “adiestramiento” y menos aún en la prédica moral, cuyos resultados comienzan a conocerse y hacerse visibles, siendo especialmente complejo aquel que refiere a la ruptura de las confianzas, y su consiguiente efecto en las relaciones.

Los espacios de reflexión conjunta son necesarios y urgentes para generar las experiencias que promueven el aprendizaje , especialmente en temas que refieren al propio desarrollo humano, y estos espacios deben gestarse desde la justicia y la protección de los derechos humanos, condenado enérgicamente todas las acciones que los vulneren. Por ello, proponer un real avance en materias orientadas a la formación emocional, afectiva y sexual requiere un marco de resguardo irrestricto a la dignidad de las personas, siendo una tarea ineludible del Estado, única vía que permitirá de forma paulatina, la rectificación de las confianzas en cada hogar, escuela e institución. Este camino contempla un efectivo proceso de reparación y reconocimiento del daño causado tanto a víctimas como familiares.

Debemos promover los espacios de reflexión y aprendizaje donde la justicia no solo aparezca sino que prevalezca, como garante de lo que todas y todos buscamos, una cultura más humanizada.

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